viernes, 11 de septiembre de 2015
Manifestación por una política europea responsable
La solidaridad en la crisis de la migración reforzará una idea de Europa
más justa y democratizadora
A Europa le están sangrando las
fronteras y la expresión más descarnada de esto es la crisis humanitaria de los
refugiados sirios. Aunque pueda parecer lo contrario, no se trata éste de un
fenómeno nuevo sino de un estado de cosas común en un sistema-mundo que
alimenta conflictos geopolíticos, desigualdades y éxodos.
Los más de 20.000 migrantes
muertos en los últimos 20 años intentando entrar en Europa en un mar
Mediterráneo convertido en una gigantesca fosa común —una media de dos
migrantes muertos al día, a los que hay que sumar los desaparecidos, cuyo
número se desconoce— son la expresión más terrible y dramática de una política
migratoria que, como han denunciado incansablemente las organizaciones
sociales, poco o nada tiene que ver con el respeto a los derechos humanos. Son
las víctimas de la xenofobia institucional, de un racismo de guante blanco,
anónimo, legal, poco visible, pero constante. Son las consecuencias más
dramáticas de una política que ha intentado convertir a Europa en una
fortaleza. Un caldo de cultivo propicio al resurgimiento de las ultraderechas y
al encumbramiento de líderes que hacen del repliegue identitario y de la
cosificación y represión de los que llegan su principal capital político.
A pesar de que nos enfrentamos a
uno de los movimientos migratorios más importantes desde la II Guerra Mundial,
hemos de ser conscientes de que nuestras cifras de acogida son insignificantes
en relación con aquellas de los países fronterizos con Siria e Irak. Desde el
comienzo del conflicto sirio, Europa ha acogido a unos 300.000 refugiados, un
6% de los más de cinco millones que han huido del país, mientras que Líbano ha
acogido a 1,2 millones de refugiados, a pesar de contar con una población de
apenas 4,3 millones.
Estos datos
de la solidaridad de ciertos países de Oriente Próximo (que no todos) hacen
parecer aún más inaceptables las declaraciones de algunos miembros de nuestro
Gobierno, como Sáenz de Santamaría, quien, hace unos días, sostenía que la
capacidad para acoger refugiados de España está “muy saturada”. O las del
propio presidente Rajoy, quien, unos días después de afirmar que “una cosa es
solidaridad y otra es solidaridad a cambio de nada”, se enmendaba ante la
presión de la opinión pública declarando que “España no le va a negar el
derecho al asilo a nadie (…) Nunca lo ha hecho”. Incluso el ministro del
Interior, Fernández Díaz, ha seguido utilizando el tan manido argumento de que
el sistema de cuotas de refugiados fomenta el efecto llamada. El
mismo ministro responsable de la normalización de las devoluciones en caliente
que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados ha denunciado como una
flagrante violación del derecho al asilo. ¿No sabe acaso que no hay mayor efecto
llamada que la miseria y las bombas? Nuestra responsabilidad histórica
en este momento, además de ofrecer refugio y garantías dignas a las poblaciones
que huyen de escenarios catastróficos, consiste en reflexionar y actuar por fin
sobre las causas que están detrás de los movimientos migratorios, comenzando
por la revisión y refundación de la política exterior, comercial y de
cooperación de la UE, y la de sus empresas transnacionales, corresponsables de
la desesperación que viven millones de personas en el Sur.
La lenta, tardía e insuficiente
reacción de los países e instituciones de la UE demuestra el modelo fallido de
la Europa-fortaleza. Un modelo organizado en torno al rechazo al migrante y no
a su acogida. En levantar vallas cada vez más altas, pero que siguen siendo
saltadas, haciendo cundir la confusión en las instituciones.
Mientras tanto la red de
ciudades-refugio, impulsada en el Estado español por gobiernos locales de
candidaturas del cambio, es un paso más en esta reconstrucción de lo político
desde abajo, avanzadilla del movimiento de ciudadanos que en los principales
países de tránsito y recepción se han organizado para dar acogida a los
refugiados. Tenemos que aprovechar este incipiente movimiento popular de
solidaridad europeo a favor de los migrantes/refugiados como impulso
democratizador para disputar una idea de Europa que apele a la justicia social
como elemento rector de su política interior, exterior y comercial. Que cada
cual tome partido porque, como decía Gramsci, la indiferencia es el peso muerto
de la historia. Y hoy, más que nunca, la indiferencia es la forma más
descarnada de tomar partido por la fatalidad.
Miguel Urbán es europarlamentario de Podemos.
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