



Semblanza de la Vaquilla de San Sebastián

El día 20 —fiesta de San Sebastián, mártir—, se inicia con toque de diana por las calles del pueblo. A las 12 de la mañana, los Cofrades (que previa-mente se han reunido en la casa de la Hermandad), se dirigen a la Iglesia precedidos por los músicos y el Alcalde de la Cofradía quien, como signo de su autoridad, porta una larga zarza triguera a modo de báculo, la que, después de la Misa, será colocada en una de las vigas del techo de la casa. Acabada la misa solemne y la procesión por las calles del pueblo, antes de introducir la imagen en la Iglesia, es depositada en el suelo del atrio mientras los Cofrades y devotos en general, proclaman sus mandas al Santo, en forma de libras de cera. Seguidamente, se ofrece a autoridades y pueblo en general un convite en la casa de San Sebastián, para —más tarde— reunirse todos a comer en el mismo lugar. La Alcaldesa y esposas de hermanos que la ayudan, preparan las viandas, mientras que, de poner la mesa, servirla y recogerla se ocupan los hermanos que previamente ha mandado el Alcalde. Durante las comidas se cede el puesto preferente (junto a la imagen del Santo), a los hermanos más antiguos; no se empieza a comer hasta que no están todos servidos y lo ordena el Sr. Alcalde; al acabar de comer, uno de los hermanos más ancianos, reza una oración de acción de gracias y otra por los hermanos difuntos; sólo después de este rezo se autoriza a fumar y a levantarse de la mesa; durante las comidas, Juntas, Cabildos, etc. todos los hermanos deben tratarse respetuosamente de usted; si alguno contraviene ésta u otras normas de buen comportamiento, será sancionado por el Cerero con media, una o más libras de cera.
A las 12 de la noche, después de que los hermanos han cambiado sus galas de fiesta por las ropas más viejas y extravagantes que encuentren en baúles y sobrados, se da suelta a LA VAQUILLA DE SAN SEBASTIÁN. Previamente, se habrá dado una vuelta al pueblo, avisando con una especie de toque de zafarrancho, repetitivo e inquietante, del peligro que se avecina. Consiste La Vaquilla en un Cofrade encajado entre un artilugio compuesto por dos palos en cuyos extremos van acoplados una cornamenta de bóvido y un rabo de lo mismo y vistiendo un capisayo rojo a modo de poncho; acompañan a La Vaquilla, una tropilla de 6 u 8 Cofrades jóvenes, con cencerros colgando de la cintura a modo de cabestros, todos ellos con la cara enharinada y grandes bigotes y patillas pintados con hollín, lo que les confiere un terrorífico aspecto. Precedidos por los dulzaineros que atacan una antigua melodía a tono con el suceso, recorren las calles del pueblo persiguiendo al personal chico, mozo y maduro, mientras el resto de los hermanos, provistos de garrotes y dando grandes voces, procuran que La Vaquilla no se desmande ni se sobrepase, aunque todos acabarán sufriendo sus acometidas, cornadas, pellizcos, etc.
Concluida la correría y puesta La Vaquilla a buen recaudo en la casa, se ofrece a todo el pueblo una invitación a migas y vino tinto, a modo de desagravio por los desmanes sufridos; entretanto, la dulzaina y el tambor amenizan el festejo con lo mejor de su repertorio clásico: jotas, redondones, «muiñeiras», rumbas, pasodobles, etc., entre la alegría y el jolgorio del personal «hasta que las cabrillas van altas».
El día 21 de Enero —día de La Vaquilla—, se inicia asistiendo a una misa rezada que se aplica por los hermanos difuntos; después de un tentempié de magras a la brasa y buen vino de Navalcarnero, sobre las doce de la mañana se suelta nuevamente a La Vaquilla: después de enconadas discusiones entre los partidarios de no soltarla y los que opinan lo contrario, acaban imponiéndose los últimos y La Vaquilla, acompañada por sus cabestros, vaqueros, tratantes y demás figurantes, irrumpe por segunda vez en las calles del pueblo sembrando el terror entre chicos y grandes, la sorpresa entre los forasteros (a quienes tiene especial querencia), y el saqueo en algunas cocinas y despensas, sin que falte el imprescindible concurso de bota, botero, gaitero y tamborilero, con profusión de cohetes, petardos, bromas y algarabía. Después de prolongada y accidentada correría diurna, se consigue reducir a La Vaquilla y cerrarla en la casa sobre las tres de la tarde, hora en que los Cofrades y algún invitado más, restauran sus ya menguadas fuerzas con una suculenta comida, durante la cual —no obstante la euforia— se observarán las normas de compostura ya descritas. Para llamar a los rezagados y anunciarles la hora de la comida, se hacen sonar unas enormes y antiguas caracolas que se conservan para este fin.
A las cinco de la tarde aproximadamente, después de otra larga serie de discusiones sobre la conveniencia o no de soltar a La Vaquilla y de que repetidamente se haya tapiado la puerta de la casa con ramaje por los más prudentes y derribado por los más osados, vuelve a salir La Vaquilla con toda su cohorte. Esta será su última correría por el pueblo.
Se recogen los bártulos y —apesadumbrados—, los Cofrades regresan a su casa común para, al amor de la lumbre, reponer fuerzas y comentar los sucesos del día hasta la hora de la cena."